Pregunté a 17 editoras mexicanas de literatura infantil y juvenil si alguna vez habían editado un libro en el que hubiera personajes cuya preferencia sexual fuera distinta a la norma o alguna trama que naturalizara la diversidad sexual entre ese grupo tan heterogéneo de lectores. Del total, sólo seis respondieron afirmativamente.

Seis libros más otros seis (de no ficción), que encontré para este artículo, escritos y publicados originalmente en México en 40 años de historia de la edición de LIJ moderna. Y los más antiguos en la segunda mitad de esa historia: Tengo una tía que no es monjita de Margarita Sada y Melissa Cardoza (Ediciones Patlatonalli, 2004) y Cosas que los adultos no pueden entender de Javier Malpica, publicado en 2008 por Ediciones Castillo, un cuento con una tía lesbiana protagonista y una novela infantil en la que hay un personaje secundario gay muy presente en la trama (regresaré a ellos más adelante).

Doce títulos suena a doce granos de arena si se compara con la industria editorial estadounidense donde, precisamente desde 2008, se realiza la Rainbow Book List, una iniciativa de la comisión GLBT de la American Library Association (ALA), en la que un comité selecciona libros sobresalientes que retraten sexualidades diversas para lectores de 0 a 18 años. De un promedio de 35 títulos de ficción y no ficción recomendados cada año, la lista aumentó exponencialmente a 107 en 2019.

Este auge es un fenómeno reciente. En 2018, el comité revisó «más de 260» publicaciones, de las cuales seleccionó 48 de 18 editoriales distintas; en 2019 revisaron «más de 400» de 24 editoriales y seleccionaron 107. Además, cada año, desde 2011, eligen los 10 títulos más sobresalientes de la lista. En el Top 10 de 2019 ni siquiera entró un libro reconocido en la Feria del Libro de Bolonia como mejor Ópera Prima, Julian is a mermaid de Jessica Love (Candlewick Press, 2018). Más allá de la constatación de que cada mirada es un mundo, también demuestra que tienen mucho de dónde escoger. 

Es decir que cuando en México se estaba publicando la primera novela infantil con una mención explícita a un personaje gay, en Estados Unidos ya había publicaciones suficientes para hacer un listado. Es comprensible si pensamos que en ese país se publicó Annie on my mind de Nancy Garden desde 1982, primera novela juvenil estadounidense que relata el amor entre dos chicas de 17 años; Heather Has Two Mommies de Lesléa Newman y Diana Souza en 1989, con una niña con dos mamás, concebida por una de ellas vía inseminación artificial; y Daddy’s Roommate de Michael Willhoite, en 1991, donde un niño convive con el novio de su padre divorciado.

 

 

Recordar, en contraste, que EE. UU. es también uno de los países donde más se censura abiertamente este tipo de títulos. En 2006, por ejemplo, And Tango Makes Three (Con Tango son tres, Kalandraka, 2017) escrito por Justin Richardson y Peter Parnell e ilustrado por Henry Cole, entró al inventario de libros con más reportes de censura que elabora anualmente la ALA ). Además, todavía es casi impensable publicar libros para niños y niñas con ilustraciones que muestren algún desnudo.

Pero antes de continuar con el recuento de México y otros títulos en Iberoamérica, dos aclaraciones:

En primer lugar, decir que menciono antecedentes específicos e intento trazar recorridos históricos para detonar preguntas y analizar la evolución de la cultura, nuestras ideas de infancia y juventud y lo que se considera «apto» para estos lectores, sobre todo ahora que atestiguamos otro auge: el conservadurismo.  

Segundo, no defiendo una literatura con etiquetas, «especial para», tampoco quiero hacer divisiones binarias. Aunque sea obvio, vale reafirmarlo: los buenos libros, esos que se quedan en la memoria de los lectores niños, niñas y jóvenes con una orientación sexual distinta a la heteronormatividad son también aquellos que acompañan a los lectores inscritos en la norma. La densidad de muchas historias o poemas valiosos, allende la clasificación «infantil» o «juvenil», «LGBT», permite lecturas múltiples en las que encontrar eco y goce estético más allá de los «temas».

No obstante, también sabemos lo trascendente que es encontrar reflejos específicos con nombre, apellido y lugar de residencia. Y en la extensa lista de historias de amor todavía se cuentan muy pocas, creadas en Hispanoamérica, en las que la idea de pareja evolucione al ritmo y deseos de los lectores (por lo menos de lo que he podido leer o informarme). Los libros publicados para niños, niñas y jóvenes no son un reflejo de la realidad sexual diversa en la que viven. Y quizá por eso anden buscando retratos más plurales y libres en otro sitios.

Pero algún camino de libros sobre el que andar hay. Aquí van:

 

No es hora de jugar (Editorial Egales, 2018)

 

¿Orientación o rol?

Cuando preguntaba a las editoras por títulos que abordaran la diversidad sexual, también salieron mencionados algunos que refieren a los roles sexuales o estereotipos de masculinidad y feminidad, no a la orientación sexual. Aunque todo habla de diversidad de ópticas, son asuntos muy distintos. Que un joven como Marcos en Biografía de un cuerpo (Mónica Rodríguez, SM, 2018) le guste bailar ballet o que un niño como Elvis Karlsson (María Gripe, 1972; Loqueleo, 2014) ame las flores, no quiere decir que sean gays. Tampoco una niña a la que le gusta el futbol y romper sus muñecas, como en La historia de Julia, la niña que tenía sombra de niño (Christian Bruel y Anne Bozellec, 1976; Babel Libros, 2008) se sentirá indiscutiblemente atraída por otras niñas. 

En este artículo me interesa concentrarme más en la orientación o preferencia, pero igual volveré con algunos ejemplos de roles al final.

Las respuestas de las editoras y mi propia revisión de títulos me hicieron pensar en tres categorías para estudiar el retrato de la comunidad LGBTQ+ en la LIJ:

1) Presencia tácita. Libros que se prestan a múltiples interpretaciones, incluida una que contemple la diversidad sexual. Los personajes LGBTQ+ no se nombran como tal, pero se podrían inferir o sumar a una conversación con otros libros que sí les nombren explícitamente.

2) Presencia explícita periférica. Libros que incluyen a personajes LGBTQ+ con mayor o menor importancia en la historia, pero de forma secundaria. Pueden ser relevantes en la trama pero no modifican el destino del protagonista. En ocasiones aquí hallamos libros en donde la diversidad sexual se normaliza y se muestra como parte de una cotidianidad sin hacerla el tema central. 

3) Presencia explícita y central. Libros en donde la diversidad sexual articula la trama.

 

1) La compañía de Sapo y Sepo 

Animales, criaturas fantásticas y hasta objetos son favoritos cuando se quiere contar historias más abiertas y susceptibles de variadas interpretaciones. La entrañable serie de Sapo y Sepo tiene como protagonistas a dos amigos que, aunque viven en casas separadas, lo que más disfrutan es estar juntos. El gran Arnold Lobel publicó sus cuentos entre 1970 y 1979 con impresionante éxito. En 1971 obtuvo el premio Newberry Honor Book por Sapo y Sepo inseparables, la segunda entrega. Y en 1979 Alfaguara infantil (hoy Loqueleo) empezó a publicarla y continúa vigente como uno de sus más sólidos longsellers de su catálogo.

En 2016, la hija de Lobel, Adrianne, dijo en una entrevista para Colin Stoke de The Newyorker, que pensaba que crear Sapo y Sepo había sido el principio de la salida del clóset de su padre, quien, en 1974, confesó a su familia que era gay. Sapo y Sepo «son del mismo sexo y se aman», dijo Adrianne a Stoke. “Fue bastante adelantado a su tiempo». El propio Lobel, en una entrevista que le hizo Lucy Robin, que recupera Ana Nebreda en su blog, dice sobre la creación de estos personajes: «Fue la primera vez que miré hacia mi interior (…). Me preocupaba al escribir que fuera una historia propia de niños, pero al mismo tiempo era consciente de que todas las cosas que sucedieran en ella fueran muy personales para mí y tuvieran resonancias en mi propia vida».

El humor simple e ingenuo, como el de Winnie The Pooh, lleno de detalles amorosos y filosofía, representado cálidamente con el trazo y la paleta de colores de Lobel hacen de esta serie inspiración para cualquier lector. Podríamos acompañarlo de otro clásico como Qué bonito es Panamá de Janosch (1978; Kalandraka, 2013) o de la serie de Hamamelis y Miosotis de Ivar Da Coll o de los recientes Dragones en el cielo de Sergio Andricaín e Israel Barrón (El Naranjo, 2015) o Conejo y Conejo de Isabella Saturno y Stefano Di Cristofaro (Ekaré, 2018).

En este último, dos amigos conejos se pelean por una tontería (algo sobre la naturaleza de las guayabas que podría ser también para el lector no prestar un juguete o defender a un político) y sólo recuperan el ánimo hasta que se reencuentran. El divertido y ontológico juego poético en el texto, con dos protagonistas que se llaman igual: «Entonces, Conejo vio a Conejo sentado frente a él», y la estética noventera de las ilustraciones lo hacen más que otro libro de conejos en el campo. 

A estas alturas de la cuestión, imposible para muchos lectores no relacionar el título con Rey y Rey.

Son, sin embargo, cuatro libros centrados en la amistad, cándidos, que no necesariamente resonarán románticamente entre los lectores pero que sí ofrecen la posibilidad de un futuro distinto para los afectos.

 

 

2) Ojos en la periferia

Cosas que los adultos no pueden entender de Javier Malpica (Ediciones Castillo, 2008) es, hasta donde conseguí revisar, la primera novela infantil en México que habla abiertamente de un personaje gay. (Tristemente es la primera y la única, hasta ahora, en ese sello editorial). El abuelo de Sara está a punto de casarse con una mujer 30 años más joven que él y Natalia, la mamá de Sara, está muy indignada y ha decidido que ni ella ni Sara irán a la boda. Pero con la ayuda de su papá y de su tío Sal y Gabriel, la pareja de Sal, ideará un plan para ir a la fiesta. Sal habla abiertamente con Sara de cuando se dio cuenta que era homosexual y en el penúltimo capítulo, en una escena climática, el abuelo cuenta que ya sabe que su hijo es gay y le parece muy bien.

De manera periférica otros libros que lo abordan de manera inteligente y normalizada: Aquí vivía yo de Daniel Torrent Riba (Edelvives, 2018) en el que, sencillamente, Gregorio, que se dedica a mostrar propiedades en venta, antes de salir a trabajar se despide de su compañero Valentín, quien trabaja en casa; Esta familia que ves de Alfonso Ochoa y Valeria Gallo (SM México, 2013), muestran un catálogo de familias en el que se incluyen una pareja de mujeres y otra de hombres con una hija; y los libros de no ficción Somos cuerpo de La Cifra Editorial (2018) ilustrado por Patricio Betteo, con alternativas para definir el propio cuerpo y unirse con quien se te dé la gana; La vida amorosa de los animales de Fleur Daugney y Nathalie Desforges (Océano, 2017) que incluye una sección sobre «Seducir al mismo sexo»; y la serie Mujeres en el deporte y Mujeres geniales de Loqueleo, publicados en 2018, que contienen biografías de mujeres homosexuales y denuncian la discriminación.

También de Océano dos casos más: El realista Hic de Mercedes García Besné y Alejandro Estrada que cuenta la historia de un bebé que no puede dormir porque tiene hipo y toda una familia que despierta para intentar solucionarlo, incluida una pareja de hombres, y el alegórico Mezclados de Arree Chung, menos original y más esquemático, pero que celebra con gracia la diversidad de combinatorias.

En el terreno juvenil, una autora mexicana representa la vanguardia en este rubro: Raquel Castro. Desde Ojos llenos de sombra (SM, Premio Gran Angular 2012) ha creado personajes secundarios bisexuales o gays importantes pero no limitados en las tramas a su orientación sexual. En esta novela, por ejemplo, Atari, la protagonista, tiene unos hermanos que son gemelos. Uno de ellos, Luis, le cuenta a su gemelo que es gay y que no le gusta el dark, el gemelo, me dice Raquel Castro, «se ofende muchísimo… de saber que no le gusta el dark». Hay otro personaje más, Xavier, que es bisexual, un perfil casi inédito en la LIJ.

Dos años después Raquel publica Dark Doll (Ediciones B, 2014) en la que hay un personaje gay y metalero; traduce Punkzilla de Adam Rapp en 2016 (FCE), con un adolescente intentando cruzar Estados Unidos para llegar con su hermano, P., enfermo de cáncer y quien vive con su pareja, Jorge (en el viaje conoce a Lewis, un chico que solía ser mujer); y, finalmente, Un beso en tu futuro (Alfaguara, 2017), divertidísima, ágil e inteligente historia de varios amores que uno parece estar leyendo directamente del diario de una adolescente. Nancy, la protagonista, tiene un tío, Santiago, casado con Lawrence, y una compañera de la escuela, casi coprotagonista, profundamente enamorada de ella.

Y otras novelas juveniles recientes con secundarios muy cerca del centro. En Sonata a la parrilla de Sofía P. Guido (Punto Creativo, 2017), Emilio se reencuentra con su tío Cristian, que es gay y ha sido rechazado por toda la familia por ello, y será un aliado importante para él, es de hecho con quien se fragua la anagnórisis del personaje. En Todas las palabras son tuyas de Flor Aguilera (Loqueleo, 2018) una joven viaja a Nueva York y conoce a una pareja gay que la salva de dormir en la calle y pasar sola la Navidad.

La multipremiada Biografía de un cuerpo de Mónica Rodríguez (SM, Premio Gran Angular de España 2018) cuenta en primera persona la vida de un joven estudiante de ballet, Marcos, y la de sus amigos, uno de ellos, enamorado en secreto de él. Cuando se lo confiesa, Marcos no parece tan indiferente al deseo del amigo, pero, finalmente, se lamenta: «Que pena que no sea gay, le digo. Eres un tío de poca madre». La narración, como en allegro, está construida con enunciados que saltan, giran, se mueven enérgicamente página a página, con un lenguaje preciso y cautivante, aunque tan rico en metáforas que de pronto se atropellan.

También hay una chica enamorada de otra chica en el campamento que organizan varias amigas en Los ojos de la noche, de Inés Garland (Loqueleo, 2017); una de las primas protagonistas del clásico juvenil latinoamericano Los años terribles de Yolanda Reyes (Norma, 2000), se da cuenta que le gustan las chicas; una mujer que vive un duelo porque ha perdido a su pareja en La guerra que salvó mi vida de Kimberly Brubaker-Bradley (Loqueleo, 2015); el querido Patrick, mejor amigo de Charlie en Las ventajas de ser invisible de Stephen Chomsky (Alfaguara, 2012); Ariel, la tía-tío de Lina en la saga de Mundo Umbrío de Jaime Alfonso Sandoval; el abuelo del rudo protagonista de Los pusilánimes de Ana Díaz Sesma (Textofilia, 2018) y el mejor amigo psicoanalista de la abuela de Julieta en Como caracol de Alaíde Ventura Medina (Premio Gran Angular 2018, SM).

Una propuesta bien anclada en la cotidianidad, en el ritual del cuento antes de dormir y la rutina de levantarse, pero vanguardista en el mundo de la literatura infantil. Lawrence Schimel y Elina Braslina con Pronto por la mañana y No es hora de jugar (Editorial Egales, 2018) aportan una relevante variación a estos motivos clásicos de historias para primeros lectores: son dos papás los que leen a una hija y persiguen con ella a un perro que un juguete le quita, son dos mamás las que quieren dormir otro rato mientras su hijo se las arregla solo para desayunar con el gato. Sencillas y simpáticas anécdotas domésticas con familias monoparentales como parte del paisaje, igual que la luz que despierta al niño en la mañana o el libro favorito abierto en la cama. Cuánto estaban esperando los lectores propuestas así que ya se han vendido los derechos de traducción a 14 idiomas. 

 

3) Los días felices

Como ya se ve, las representaciones van aumentando hasta llegar a voces en primera persona que cuentan, personajes centrales en las tramas.

En México hasta ahora hay unos cinco libros en esta categoría: El gran pionero es Tengo una tía que no es monjita de Margarita Sada Romero y Melissa Cardoza de Ediciones Patlatonalli, publicado en 2004, en el que una niña hace una retrato de su tía que no está casada ni tiene hijos y no es monjita. «Vení, te voy a contar un secretito. Y me dijo bien suavecito en el oído… Es que es mi novia». Con total apertura, la tía termina presentándole a su novia (se puede leer completo aquí).

El secreto de Violeta de Dana Gutiérrez Shanahan y Guianeya Ramírez Herrera (Alas y raíces, 2022, México, de libre descarga) conversa bien con este libro: una niña, Francisca, corre y guarda un secreto en sus manos: «Apretó fuertemente sus dedos para que no se escapara y corrió al río para ahogar las palabras». Como en un cuento de hadas, tres personajes salen a su paso: una hoja de laurel, un gorrión y una piedra, quieren saber a dónde va. Hasta que, Francisca, apurada, tropieza y revela que Violeta, quizá una amiga, quizá una tía, se casará con Mariana.

Cuatro años después de Tengo una tía que no es monjita el mismo proyecto editorial, de la Asociación Patlatonalli de Lesbianas México, editó Las tres Sofías de Juan Rodriguez Matus y Anna Cooke. Allí otra niña es feliz testigo de la nueva vida de pareja que inicia su viuda mamá con una amada amiga (se puede leer aquí).

Hay también otra tía al final de De los gustos y otras cosas de Marcela Arévalo e Ilyana Martínez Crowther (Ediciones Chulas, 2013). Un poema que habla de un personaje (quizá un niño según la ilustradora) al que le gusta una niña, «los coches y los piratas; / los bichos, las alimañas / y hasta ponerte corbata». «Cada quién tiene sus gustos», sigue hablando la mamá del niño, en tono instructivo, y él le responde: «Sí, mamá, yo ya lo sé: / las niñas a mí me gustan, / a ti te gusta el café, / y a mi tía que tanto quiero / le gusta mucho Maité». Aunque la tía aparece como personaje secundario es el remate y es central el tema de las preferencias. Es posible interpretar que el protagonista sea niña y le guste otra niña, igual que su tía.

Cuatro años después llega Sombras en el arcoíris de Mónica B. Brozon (FCE, 2017) que dada la accesibilidad y distribución del FCE y la relevancia de su autora ha detonado una conversación más amplia en el mundo de la literatura infantil y juvenil que había tardado en llegar.

Con una circulación, por el contrario, muy limitada, otra fantástica novela Tres caídas y un salto al mar del mexicano Esteban Hinojosa Rebolledo (Ediciones Proceso, 2016) uno de Los mejores libros ilustrados que leí en 2016, la primera novela con un niño gay protagonista en ganar, en 2013, el Premio Bellas Artes de Cuento Infantil Juan de la Cabada (que se entrega desde 1977) y también seleccionada en el catálogo The White Ravens en 2017. Allí, Andrés, un niño que ama el futbol revela al final que también le gustan los niños. La forma en la que Hinojosa logra integrar ese aspecto de la sexualidad de Andrés como uno más y ya, es bastante inusual, y sería deseable que alguna editorial con más salida reeditara esta historia.

De hecho, la segunda novela infantil con una temática diversa de Hinojosa se publicó en España: De día gaviotas, de noche flores blancas  (en nueva colección infantil de Punto de vista editores, 2017). Un enfoque muy distinto, más centrado en cuestionar los estereotipos sexuales, pues al niño protagonista le gusta confeccionar ropa para sus muñecos y jugar al elástico con las niñas. No está todavía dentro de sus intereses explorar su orientación sexual pero sí dice que se pone nervioso cuando lo mira un compañero. Como se lee en la página de la editorial, el propio Hinojosa vincula su novela a esta pregunta clave: «¿Qué palabras tienen a su disposición aquellos niños que no encajan fácilmente en los polos de lo masculino o de lo femenino?»

Mismo caso, más enfocado en identidad, es el igualmente notorio Para Nina. Un diario sobre la identidad sexual de Javier Malpica con ilustraciones de Enrique Torralba (Ediciones El Naranjo, 2009), que, ajeno a ese subtítulo informativo, mantiene un sostenido tono literario no exento de humor y arrojo. Lo incluyo aquí, y no como un libro sobre roles de género, porque, Victoria, que nació como Eduardo, sí habla de su orientación. Ella es una mujer trans heterosexual que sueña casarse con un hombre. Además de que en su mundo hay otros personajes con diversidad de preferencias. Importante título en este recuento que ya va quedando lejos en el tiempo y sin pareja, es decir, lamentablemente no detonó la creación de más libros en esa línea.

 

En álbum, dos títulos emblemáticos, con aires de nuevos clásicos, han sido reeditados recientemente y con posibilidad de llegar a más lectores. Rey y rey de Linda De Haan y Stern Nijland, publicado en Holanda en 2000 y traducido en España por Serres en 2004, fue reeditado en Argentina en 2018, por Calibroscopio.

Y el conmovedor libro de divulgación Con Tango son tres de Justin Richardson y Peter Parnell e ilustrado por Henry Cole, también publicado primero por Serres, en 2006, fue rescatado por Kalandraka en 2016 y ya va en su segunda reimpresión. Sobrevive por la fuerza de la anécdota y su carácter «documental», a pesar de la nueva ética antizoológicos.

Se suma a estos álbumes una publicación que me parece notable por su sencillez, sutileza y, sin embargo, totalmente inusual aproximación: Los días felices de Bernat Cormand (A Buen Paso, 2018). Con ecos a Mi primer amor de Brane Mozetic y parecida en algunos aspectos a Sapo y Sepo, pero la forma y el fondo son más contemporáneos. Un diseño y unas ilustraciones impredecibles y desafiantes y una historia de amor entre dos niños vecinos que comparten un mundo solo para ellos. El autor incluso se da el lujo de encarar la triste separación entre los niños y es generoso en la solución que brinda para el duelo. Cormand tiene otro libro que se ha difundido mucho, en coautoría Alex González, El niño perfecto, (Sd-edicions, 2012), sobre un pequeño al que le gusta vestirse de mujer, pero me parece que esta segunda obra lo supera, es un paso adelante en la carrera de este creador. 

En abril de este año se publicó la cuarta entrega de la serie de mitología mesoamericana escrita por Ana Paula Ojeda y dibujada por Juan Palomino: Serpiente, espiral del tiempo (Ediciones Tecolote, 2019). Allí, un aspecto del personaje mítico hace recordar cuánto más elástica es la idea de identidad en muchas culturas originarias. Así le habla la serpiente al lector: Vestida de plumas soy celeste y soy terrestre, soy femenina y masculina, macho y hembra, hombre y mujer; soy frío y calor, quietud y movimiento. Soy los opuestos que hacen caminar al universo.

En México, hemos visto, este camino aún es muy reciente y limitado, pero empieza a crecer y seguramente en los próximos años leeremos muchas más representaciones diversas. La gran mayoría de las editoras mexicanas que entrevisté, incluso sin haber editado libros con retratos LGBT+, mencionaban que conocían algunos y se mostraban dispuestas a entrarle, sólo manifestaban falta de manuscritos y de apertura en las editoriales.

Es verdad que la cuestión no es cubrir cuotas y dictar una agenda a los niños, niñas y jóvenes (como con las modas antibullying o en favor de «los sentimientos»), ello sólo reproduce la mirada adoctrinadora y adultocentrista que tanto mal le hace a la LIJ. Se trata de que autores y autoras tengan una sensibilidad e interés genuino en abordarlo, para que haya mejores manuscritos, que peleen la batalla como lo hace la poesía, y ganen premios o sean dictaminados positivamente.

Pero me parece que sí se necesita favorecer un diálogo y un entorno social que permita librar la autocensura y anime a las editoriales a publicar. La falta de apoyo de las gerencias de las empresas editoriales, que temen no vender en escuelas o asustar a los papás, por decir lo menos, es un freno de mano. 

Y hacer todo esto sobre todo para alcanzar a los niños, niñas y jóvenes reales que van mucho más adelante que nosotros.

A principios de junio, María Emilia López celebraba en el congreso Leer Iberoamérica lee que «las sexualidades ya sean múltiples e indiscutibles para las nuevas generaciones de niños, niñas, niñes y jóvenes». Lo son en muchísimos contextos (lo escucho entre los lectores, recuerdo a mi sobrino hablando de bisexualidad desde cuarto de primaria, hace seis años), aunque todavía no hay mucha literatura que espejee esa vida. Tarea pendiente de la mediación y la industria editorial que pareciera en muchos casos hablarle más a las generaciones del siglo XIX. Esas sexualidades «múltiples e indiscutibles» quizá las reconocen más en otros medios y vía pantalla en la era de las tecnologías móviles, pero no en los libros.

Y aventuro algunas preguntas: ¿Será por eso que niños y niñas siguen rechazando mucha de la literatura que editamos para ellxs? ¿Será un motivo para que no terminen de reconciliarse la literatura prescrita en la escuela (si se quiere: hábito lector) y la vida? Y aventuro más: ¿será que la falta de ficciones diversas en los libros sea uno de los factores que explique el aumento en el consumo de pornografía y el sexting entre menores? Desde el punto de vista infantil y juvenil, el mundo adulto debe parecer esquizofrénico: «lo que me dicen que lea y vea no se corresponde con la vida de ellos ni con la mía» o enloquecedor «me piden que lea realidades o elaboraciones fantásticas planas que no se corresponden con mis preguntas». 

Las historias de amor diverso para niños y niñas deben sortear por lo menos dos tabúes. Primero el de la historia de amor, para muchos adultos considerada de por sí inadecuada, y el segundo, el que he revisado en este artículo, cualquier variación a la ecuación «niño y niña». En la literatura juvenil el avance es más notorio dado que no hace falta sortear el primer tabú. Aunque en ambos casos el enfoque aún es muy binario.

Incluí sólo títulos aparecidos en colecciones infantiles y juveniles porque me parece una declaración de principios a favor de la infancia y juventud que pocas editoriales están asumiendo, ni hablar del Estado, que tampoco lo tiene en su agenda.

Más que falta de apertura entre editoriales y gobiernos, lo considero una falta de sentido de realidad y la constatación del prejuicio según el cual a los niños y niñas no se les debe hablar de ciertas cosas. Pero ellxs van adelante de nosotrxs. Y al casi ignorar estas realidades, la literatura se aparta de la vida y lxs lectorxs de la literatura.

Parece que estamos lejos, pero da esperanza pensar que algunos de estos libros quizá no resonarán tanto en el futuro porque no será excepcional que circulen. Como dice Esteban Hinojosa Rebolledo, quien por cierto es el único autor de LIJ abiertamente gay en México, en la página de Punto de Vista editores: «De día gaviotas, de noche flores blancas, hoy, debido a las circunstancias, es un libro polémico, acaso incómodo para algunos, y sin embargo profundamente necesario. En un futuro, espero, será solo otra historia de un niño que descubre un sueño y lo persigue».

 

Más opciones

Salvo Carmilla y La joven durmiente y el huso, que ya he reseñado, no he leído los siguientes títulos pero fueron mencionados por los Guardabosques y otros especialistas consultados como Mariana Mendía y Freddy Gonçalves. Cabe mencionar que no hay ningún latinoamericano. Así mismo recomiendo este artículo de Sergio Andricaín: Diversidad sexual y literatura infantil y juvenil: una aproximación 

 

 

Y una nota sobre el rol o el estereotipo sexual

Esto es harina de otro costal. Al consultar para este artículo a Laura Lecuona, editora de LIJ y autora de Las mujeres son seres humanos (Secretaría de Cultura, 2017), le pregunté por Harta del rosa de Ilya Green (SM, 2010, hoy descatalogado) e insistió en la importancia de diferenciar rol y orientación. Recomiendo su texto «La teoría de los colores» para ahondar más en ello. Otros libros emblemáticos para hacer genealogía: Oliver Button es una nena (1979) de Tomie de Paola, Rosalinde tiene ideas en la cabeza (1990) de Christine Nöstlinger, Julia, la niña que tenía sombra de chico (2008) de Christian Bruel y Anne Galland y La declaración de los derechos de las niñas / niños de Elisabeth Brami y Estelle Billon-Spagnol (Ediciones Tecolote, Alas y raíces, 2015) que dice: 

Las niñas tienen derecho a vestirse de azul, de negro, de verde militar o de cualquier otro color, el derecho a practicar judo, tiro con arco, box, futbol, esgrima… el derecho a no saber coser ni tejer y a ser desordenadas, el derecho a que les dé asco cambiar el pañal de un bebé o sonarle la nariz…

En esa misma línea de parentescos cromáticos o «hartos del rosa»: Rousmeri de Silvia Katz (Laralazul, 2019) una autopublicación del taller Silvia en Salta, Argentina, que juega con el color en un monocromo de páginas rosas apenas interrumpido por un sutil y silencioso deseo azul de Rousmeri que, pese a las imposiciones, termina vomitando el estereotipo y pintando su mundo-cuarto de azul. Una última página de este álbum silente nos muestra a Rousmeri volando lejos del binarismo rosa-azul vestida con bermudas rojas y playera violeta. 

Y también ¡Vivan las uñas de colores! de Alicia Acosta, Luis Amavisca y Gusti (Nubeocho, 2018) en el que un niño ama pintarse las uñas de distintos colores diariamente hasta que sus compañeros lo juzgan negativamente. Su padre le copiará el gesto y sus compañeros (arrepentidos) también, para animarlo. 

Cuestionando el azul y su carácter estereotípico masculino: El príncipe valiente tiene miedo de Estelí Meza, ganador del XXII Concurso de Álbum Ilustrado A la Orilla del Viento (este año, 2019, por cierto, suspendido por primera vez en 22 años por el FCE), que como el título indica cuestiona el prejuicio del príncipe a prueba de todo.

Este joven no quiere pelear ni utilizar su poder para dominar a otros, disfruta contando historias, ama la naturaleza e imagina constelaciones nuevas. Deja el reino y transforma su miedo, afuera, en el viaje, encontrándose con otros, como sucede con Lino Felino (Editorial 3 Abejas, 2013), primer libro de Meza como escritora e ilustradora y claro antecesor de este. El interés por infundir valor a sus personajes y mostrarles otro orden del mundo florece en esta propuesta. Su trabajo de ilustración y narración con imágenes es memorable y evidencia su sostenido crecimiento como autora. Además, aporta una voz a la conversación sobre roles masculinos en la LIJ, que quizá haya empezado Munro Leaf, en 1936, con el encantador Ferdinando, el toro.

Allí también podríamos ubicar un álbum peruano: El juguete que faltaba de Ana Delia Mejía y Karem Huamán (Colmena Editores, 2020) en el que un niño descubre que le encantaría tener una muñeca de trapo como la de su prima. 

Se suman a esa conversación Nosotras/Nosotros de Ana Romero y Valeria Gallo (FCE, 2019) pariente directo de Las mujeres y los hombres de Equipo Plantel y Luci Gutiérrez (Media vaca, 2015).

Este mes guié un maravilloso círculo de lectura en línea para la Universidad Autónoma de Barcelona sobre Elvis Karlsson, y allí las participantes reflexionaron cuánto Elvis no encaja ni entra en los moldes de sus propios padres y quizá de la sociedad en general. Elvis es un niño al que no le gusta el futbol ni ningún otro deporte y en cambio ama sembrar flores y guarda un secreto que nunca es revelado al lector y que sin duda simboliza la riqueza de un mundo interno propio, de nadie más, el espacio para reimaginarse todo el tiempo. Elvis dice que está incompleto y lo que lo completa es su secreto. Varias de las lectoras del círculo recordaron a Raquel de El bolso amarillo de Lygia Bojunga, pues así como Raquel desea ser niño, Elvis desea ser niña en algún momento, ambos creen que es más fácil ser del otro sexo: «Otro de los problemas es que no haya nacido niña, las niñas son más tranquilas y se les pueden hacer vestidos, pero a los niños no vale la pena hacerles nada», dice Elvis.

Recientemente se publicó también Sirena y punto, escrito por Sergio Andricaín y Diego Josué Gontorr e ilustrado por Manuel Monroy (Ediciones El Naranjo, 2019). Un libro hermano de Sirenas (Julian is a mermaid) de Jessica Love (Kókinos, 2019) en el que dos amigos incondicionales se aceptan y ayudan sin importar cómo vistan o cómo sueñen vestirse. Ven la cara visible del mundo y la otra, la que no se ve, la que hace que todo pueda ser otras mil cosas distintas: «la hoja de un árbol puede guardar un mensaje secreto del viento; un caracol puede ser la caja donde duermen los ecos; las nubes, las almohadas con que retozan gigantes allá en el cielo…».

Los mundos interiores diversos, los secretos de los niños, están bastante velados, y se les censura. Los adultos no quieren que los niños tengan secretos (y no hablo por supuesto de esos secretos impuestos por adultos abusadores), quieren leer su pensamientos. Aunque hay una tendencia en la LIJ actual a retratar los mundos interiores, que señalaba en mi entrada de Los mejores libros ilustrados que leí en 2018, todavía queda un largo camino de correlatos por narrar.

 

Entrada No. 181.
Autor: Adolfo Córdova
Ilustración de portada de Bernat Cormand. 
Fecha original de publicación: 28 de junio de 2019.
Fecha de segunda modificación: 28 de enero de 2020. Fecha de última modificación: 13 de marzo de 2024. #Librosdeamor

Un agradecimiento especial a Laura Lecuona, Mariana Mendía, Freddy Gonçalves, Raquel Castro, Ariadne Ortega, Pilar Armida, Aline Hermida, Libia Brenda, Paola Santos, Cristina Urrutia, Andrea Fuentes, María Fernanda García, Roxanna Erdman, Paulina Delgado, Rodrigo Morlesin y al Consejo Editorial Juvenil de Linternas y Bosques por ayudarme con información clave para armar este recuento.

 




 

14 Comentarios »

  1. Muy interesante artículo, se me ocurrían más y más libros que se narran desde una mirada cuidadosa sobre los roles y su vínculo con la memoria, por ejemplo «La receta secreta de la Abuela Magdalena (…)» de Gastón Hauviller y Roberto Gatti, editado por Oceano Travesía.

  2. Querido Adolfo ; me encanto el trabajo de investigación que presentas, recientemente tuvimos un Mirar Libritos con este tema, no se por que no nos acompañaste. Por otro lado quiero preguntarte ¿todos los libros los tienes? ¿son de fácil acceso? yo no tengo todos los que mencionas y estoy maravillado. Gracias por compartir !
    Néstor.

    • Muchas gracias, querido Néstor. Sí, desde cuándo quería escribir algo al respecto. Y como ahora hay más libros con esta mirada, pude hacerlo al fin. Recuerdo ese Mirar Libritos, seguro que sí me avisó Carola pero creo que no estaba en la ciudad. Tengo la mayoría de los libros, otros en pdf que me envían las editoriales. Por amazon o similares se consiguen casi todos. Los de editoriales mexicanas en muchas librerías 😉 El de De día gaviotas, de noche flores blancas creo que te interesaría en particular y me parece que sí lo venden en Gandhi o una de esas. ¡Abrazo grande!

  3. Mi querido Adolfo: Me parece un extraordinario artículo, donde se evidencia tu rol de investigador y la novedad de incluir esta temática, tan difícil de que autores y editores se animen a publicarlos. La vida real y el cine ( fundamentalmente) nos muestran estas historias que favorecen la inclusión frente a la censura. Gracias por publicarlo. SUSANA ITZCOVICH, argentina

    • Muchas gracias, Susana querida. Sí, llama mucho la atención la falta de conexión con la realidad de mucha de la literatura que se publica para chicos. Como dices, el cine y las series van más adelante, aunque tampoco hay tantas dirigidas a niños y niñas que le entren. Y como sea ellos buscan en las ficciones a su alcance explorar estas preguntas. Ojalá que la cosa vaya moviéndose y cada vez veamos más títulos que libren la censura y autocensura. Abrazo grande.

Comparte tu opinión, deja un comentario.