Tengo un cuaderno en el que tomo nota de los libros que leo a lo largo del año. Estas son las publicaciones ilustradas, dirigidas a un lector infantil o juvenil, que más me gustaron de 2017. Se trata sólo de una mirada. El tiempo para leer, el acceso a los libros y mi interés por ciertos temas, editoriales, experiencias lectoras y géneros literarios, condicionan el listado. Este año sumé un criterio más para la selección de los 15 libros reseñados: sólo los creados y publicados originalmente en Hispanoamérica y España.

Quise incorporar este ajuste con la intención de difundir más la literatura infantil y juvenil creada en los distintos países de nuestra región. Este es el tercer año que realizo esta lista y cada vez noto que son más abundantes y más notables las publicaciones creadas localmente. Sólo al final de algunas reseñas, en esa especie de nota al margen llamada “También favoritos”, incluyo algunas traducciones y compras de derechos que me parecieron sobresalientes, así como las únicas dos novelas de la selección (dos títulos clásicos). El resto del recorrido está compuesto por álbumes y libros ilustrados; cuento, poesía, ensayo y libro informativo. Elegí los que pienso que extienden aquello que es considerado «apto para» bebés, niños, niñas y jóvenes, libros que exploran y arriesgan. Están ordenados de menor a mayor edad lectora o bien por afinidad temática.

Todos han sido para mí unas linternas en el 2017: alumbran el cada vez más denso y fértil bosque de las publicaciones infantiles y juveniles, dan cuenta de ciertas búsquedas en Hispanoamérica, de alguna idea de infancia. 

 


1. Canción de la noche en el mar / 2. La noche más noche

Rubén Darío y Mónica Andino. Fondo Editorial Libros para niños, 2017. Nicaragua / Sergio Andricaín y Quim Torres. Ediciones El Naranjo, 2017. México.

En Canción de la noche en el mar hay una palabra que no entendía del todo pero que me encantaba cómo sonaba. Recién ahora, después de leer el libro muchas veces y a distintos bebés, decidí buscarla en el diccionario. Antes, mientras lo leíamos, ni a los bebés ni a mí nos había importado el significado de esa y de muchas otras palabras en el poema, pero volvíamos fascinados, en el querido ritual de una y otra vez, a cerrar, abrir y leer de nuevo el libro. Algo tienen el poema de Rubén Darío y las ilustraciones de Mónica Andino que nos hipnotizaron cada vez. A Lucía, la bebé de año y medio de una amiga, le parecía particularmente impactante la aparición de Venus, una niña-estrella que baja del cielo para acompañar a un niño en su barca. Siempre que llegábamos a ese momento lanzaba un grito de emoción y luego se quedaba silenciosa leyendo a conciencia la preciosa gama de azules oscuros de esa noche en el mar y el lenguaje modernista de Rubén Darío, como un conjuro.

Un niño, propone la ilustradora, se pregunta y se pregunta ¿Qué barco viene allá? alumbrando la noche; la ilustradora responde que es una niña, como de la edad de él, pero con un destino desconocido que nos deja sumergidos en el misterio. El libro cierra con el niño durmiendo en su cama, quizá todo ese viaje haya sido un sueño, Lucía no se detiene en ese detalle final de serenidad, no le importa si fue un sueño, ha disfrutado la pequeña aventura igual que Alicia en su país de las maravillas. 

Este es el primer poema de Rubén Darío que he visto publicado como un libro para bebés, forma parte de un proyecto del Fondo Editorial Libros para niños del que ya existen otros tres libros ilustrados de Rubén Darío, dos de los cuales habían llamado mi atención también el año pasado, pero quizá Canción de la noche en el mar sea el más arriesgado de todos: es el primero en cartoné, pensado para la manipulación del bebé lector, y el poema en sí mismo se aleja del canon de textos para niños al que más se ha asociado a Darío («A Margarita», «Los motivos del lobo», «Sonatina») y lo amplía. Además, la extensión del poema resulta perfecta para un libro para primeros lectores, así como el mundo nocturno y fantástico al que nos invita. Las palabras que no entendíamos ni los bebés ni yo no suenan ni fascinan menos que las que creemos más «adecuadas/comprensibles» para una determinada edad lectora. Por eso creo que «fanal», la palabra que desconocía y que busqué en el diccionario, hace honor al propio poema que es, sin duda, un «farol grande» entre los muchos libros que circulan para primeros lectores.

Igual alumbra, aunque por otros motivos, el libro álbum La noche más noche de Sergio Andricaín y Quim Torres. 

Seguimos en un barco y en la oscuridad de la noche, pero el niño ha crecido y su mundo se ha vuelto más complejo. Él no decidió que se iría de la casa, ese motivo clásico de las historias de aventura, el deseo de muchos niños de una vida más justa y libre, aquí, son los padres los que desean esa otra vida y se lanzan a buscarla. Al niño no le queda otra alternativa, cruzarán el mar en un pequeño bote con la esperanza de alcanzar una mejor orilla.

Este libro se enmarca en una de las principales preocupaciones del la vida y el arte contemporáneos: la crisis migratoria mundial. La literatura infantil y juvenil cada vez suma más libros que de alguna manera son una expresión de este fenómeno social y que reconocen la diversidad de emociones y realidades de los niños y jóvenes. 

Sergio Andricaín no teme contar una historia dolorosa, que refleja el terrible destino de tantos migrantes que cruzan mares cada año, pero no deja a la deriva al lector. Arropado por las sábanas de un nuevo hogar, el niño pide a su madre que deje encendida la lámpara para que la noche no entre a recordarle la pesadilla que vivió con su familia. La noche, metáfora clásica de la muerte, también aparece en el libro reciente El camino de Marwan, de Patricia de Arias y Laura Borràs (Amanuta, 2016), pero allí, ésta engulle una casa, un jardín, un pueblo entero. En las palabras de Andricaín y con los colores de Torres, la noche es un personaje en sí mismo, uno de muchos tonos, que oprime y después libera, pero que se queda en la memoria. 

La voz que nos cuenta está bien anclada en la perspectiva del niño que escucha las conversaciones de los adultos como si fueran una sola letanía, una que lo anula: «Nos vamos pasado mañana». «Hay que reunir provisiones». «Nadie puede enterarse»… Ellos creen que soy tonto, yo sé lo que se traen entre manos, dice el niño. Al expresarse así se gana la empatía del lector y empieza el trazo de un camino de independencia emocional del que también somos testigos: no pudo decidir quedarse en su país de nacimiento, pero al final él decide que quiere una luz prendida en su habitación para reorganizar sus pensamientos. Una luz que lo calme, una nueva metáfora para intentar sobreponerse al dolor.

Ambos libros, Canción de la noche en el mar y La noche más noche, representan, a mi parecer, la evolución del viaje en barco que hizo Max a la tierra Donde viven los monstruos. Símbolos de la travesía en barco de la propia industria editorial infantil: hoy tan especializada y potente que habla a bebés con poesía modernista ilustrada y a niños y niñas sobre una crisis personal espejo de una crisis internacional.


También favoritos. Otros dos niños que sueñan o intentan dormirse: Apágame la luz (Libros para niños, 2017. Nicaragua), la canción de Katia Cardenal hecha libro para bebés con las ilustraciones de Roger Ycaza; y el inquietante El soñador (FCE, 2017. México) de Pablo de Bella, Premio de Álbum Ilustrado A la Orilla del Viento 2016. Y, enmarcado, en la crisis mundial de migración el libro informativo ¿A dónde van?  de Gabriela Peyron y Maguma (FCE y UNAM, 2017. México).


 

3. El conejo en la Luna

Emilio Ángel Lome y Daniela Martagón. Océano Travesía, 2017. México.

Otro libro dirigido a bebés en el que la síntesis de texto e imagen es ejemplar. Un conejo coqueto, con aires del mito de Narciso, se mira en un espejo y, nos dice Lome en su poema, ahí se queda «muy, muy, muy quieto». Esa observación de sí mismo, ver sus orejas, ver sus grandes bigotes, ver su nariz, se convierte en un juego de imitaciones en las ilustraciones de Martagón, que sacan al «segundo» conejo del espejo y lo vuelven un doble o un hermano que juega a repetir los movimientos del primero.

Mencioné a Narciso pero el mito que realmente se reelabora aquí es, claro, el del título: el conejo en la Luna. Sorprende cómo seguimos contando historias para explicar esa silueta que hemos hecho familiar y que será, en este caso, una de las primeras invitaciones a un niño pequeño a mirar un conejo brillando en la luna y a empezar a imaginar historias.

La fuerza de esta propuesta radica sobre todo en el ritmo ágil y juguetón del poema en rima de Lome y en la pregnancia de la ilustración de Martagón: bidimensional, como los cut-outs monocromáticos de Matisse, con fondos sólidos de color y un «conejito» dibujado que ya no es el de Beatrix Potter o John Tenniel. Este conejo, más esquemático en su forma, tiene un tono surrealista y psicodélico: se multiplica de una página a otra como si fuera una alucinación, le aparecen unos bigotes a la Salvador Dalí y flota en medio de un pequeño cosmos. La historia y su final, gracias a ese segundo conejo que crea Martagón, adquiere una carga ontológica fuerte: ¿será que buscamos nuestro reflejo cuando leemos?, ¿el libro es la fuente a la que nos asomamos? En cualquier caso, este conejo no se tira al agua como Narciso, salta, sí, pero a la luna. Y hasta allá irá también el bebé filósofo después de leerlo. 

 


4. Barbosa el pirata. Viaje al revés

Mateo y Jorge González. Mamut Cómics/Bang ediciones, 2017. España.

Si estuviera reseñando una película animada empezaría diciendo: De los productores de La caca mágica y El cumpleaños de Babita, llega una nueva aventura (¡y dos nuevos sombreros!) para el pirata más barbón de la pantalla: el infatigable Barbosa. Es fácil imaginar la animación porque este cómic sin palabras nos lleva viñeta a viñeta por la historia con recursos de encuadre y movimiento muy cinematográficos.

Uno de los marineros a cargo de Barbosa, el mosquito, con el que se divierten jugando tiro al blanco, recibe una carta de un pariente que vive en China. El mosquito se emociona mucho y le comparte a sus compañeros (un elefante y un cocodrilo completan la tripulación) su álbum familiar. Entonces Barbosa decide hacer un azaroso plan para llegar hasta ese lejano país de Oriente en donde vive el familiar del mosquito.

No surcarán los mares, irán hasta una isla y allí cavarán un agujero hasta dar con China. Pero el camino es comparable a El viaje al centro de la Tierra de Verne, con vasos comunicantes a otros espacios clásicos de la novela de aventuras, lo que le da mayor densidad al cómic. ¿Y el enigmático final? Deja con ganas de una trilogía.


También favoritos. Otro libro sin palabras, el ballet subacuático de peces, barcos y mujeres, con desenlace ecológico, La danza del mar de Laëtitia Devernay (Amanuta, 2017. Chile) y otros dos para crecer leyendo cómic: Al fin en español, el fenómeno mundial Amuleto (La Editorial Común, 2016. Argentina) de Kazu Kibuishi, para fanáticos de Miyasaki y J. K. Rowling; y, para jóvenes, el revelador testimonio de una de las sobrevivientes de los atentados en la redacción de Charlie Hedbo, La levedad (Impedimenta, 2017. España), de Catherine Meurisse.


5. Duermevela

Juan Muñoz-Tébar y Ramón París. Ediciones Ekaré, 2017. Venezuela/España

Una niña que vive en «Duermevela» no puede dormir y sale por su ventana a caminar por la selva. Explora la noche como una moderna naturalista y con absoluta confianza: observa a los armadillos en su madriguera; acaricia a unos erizos mientras, muy cerquita, bosteza un jaguar; se encuentra con Estebaldo, un oso hormiguero, que tampoco puede dormir; sumerge la cara en una laguna llena de cocodrilos para ver quién duerme bajo el agua (este es uno de los momentos que más contundencia dan al carácter del personaje pues vemos en la superficie a varios cocodrilos pero ello no impide que la niña meta la cabeza al agua); hasta que finalmente descansa un rato sobre varias hojas de nenúfares antes de volver a su cama.

Duermevela es un libro que causa ensoñaciones llenas de plantas ondulantes. Quizá pueda ser «clasificado» como un libro para leer antes de dormir e invitar al niño o niña a que se duerma, pero doy fe de que sucede lo contrario… o por lo menos en un primer momento. Lo leí a un sobrino y sólo «sirvió» para que se despertara más y recorriera fascinado toda la espesura en el libro. Quería buscar más animales y hasta especies desconocidas por el ser humano.

Después, sí, llegó un bostezo y otro, igual que le pasa a la niña protagonista y, a falta de un techo despejado, vimos las estrellas en las páginas del libro.

Duermevela también conecta con los primeros dos libros que reseñé en esta entrada y con otros muchos libros para atravesar la noche, pero propone una lectura más pausada que va revelando de a poco sus múltiples capas de significado. Aunque es un hecho fantástico que una niña salga sola a explorar la selva y tenga de amigo a un oso hormiguero, el tono es realista. No hay hadas ni umbrales mágicos en este bosque ni resulta al final que todo fue un sonambulismo. La expedición nocturna sí ocurre. La niña actúa con conciencia de sí misma, y esto no es menor, los autores nos demuestran así que ella va conquistando su autonomía. Sin padres a la redonda. Esta ausencia da mayor sentido a sus acciones. La duermevela, el entresueño en el que habita, representa uno de los muchos entreactos que experimenta el lector; quizá sea ese tránsito entre la primera y la segunda infancia, el de la infancia a la adolescencia… o cualquier otro cambio real o simbólico. En todo caso, la niña nos demuestra que con una lámpara para ver las cosas y alguna buena compañía, se puede avanzar mejor y descansar después.

Las ilustraciones son un paso adelante hacia las innovaciones plásticas de la ilustración digital, en ellas confluyen muchos lenguajes, la animación, el cómic y el dibujo clásico. Bellísimo libro.


También favoritos. Tres de una editorial pujante, Niño Editor (Argentina/España), que ha rescatado libros como Buenas noches a todos (2015) de la Serie infantil de 1945 de Bruno Munari, y otros nuevas apuestas que invitan a explorar el mundo y crearse uno propio: Afuera (2017) de Mari Kanstad Johnsen y El jardín (2017) de Atak. 



6. ¿Qué hacer un domingo?

Cristina Sitja Rubio. Camelia Ediciones, 2016. Venezuela.

Desde la portada hay un atractivo contraste que se sostiene en los interiores: Lo familiar y lo extraño. La familiaridad de la pregunta «¿Qué hacer un domingo?», asegura complicidad, cierta cercanía con los lectores. El breve desfile de personajes bizarros genera extrañeza, activa la duda. La combinación es muy efectiva.

Entramos a la casa de un personaje que todavía no sabe qué hará ese domingo y por eso se pone a rememorar su semana, qué hizo cada día. Y así, más personajes se suman al desfile extravagante para el que Sitja Rubio utiliza grandes adjetivos ilustrados a detalle en la Ilustración. Un libro con un registro gráfico alejado de esa tendencia preciosista que impera en el mercado editorial de álbumes. Un estilo que, de alguna forma próximo al arte infantil, hace que todo lo cotidiano y sencillo que tiene la semana de una persona cobre singularidad en el trazo. El pequeño formato del libro (15,4 x 11,4 cm) hace más íntima la experiencia de lectura y esos adorables encuentros con amigos. Un libro entrañable que se antoja releer y releer, recordar y recordar con el protagonista, buscando nuevos detalles en el recuerdo.

7. ¡No se aburra!

Maité Dautant y Mateo Rivano. Cataplum Libros, 2017. Colombia

Una revelación esta nueva editorial colombiana. Arrancó brava: los primeros seis libros me parecieron todos notables. Cada uno deja ver lo que anuncian en su catálogo: una vocación por «recuperar la tradición oral, el juego y sus diversas e inagotables posibilidades». Mis favoritos de esta primera camada fueron ¡No se aburra!, Diccionadario y Cuando el mundo era así. El primero, que destaco aquí, es una exhaustiva antología de lírica de tradición oral: acertijos, adivinanzas, suertes, chistes, colmos, coplas, refranes, trabalenguas, disparates y otras formas para desperezar la lengua y reírse en el estiramiento.

En esta entrada de libros de adivinanzas, retahílas y canciones ya había reseñado un libro de Susana Itzcovich, Pisa pisuela color de siruela (Lugar Editorial, 2013), que también es exhaustivo a la hora de incluir la mayor cantidad de formas de esta literatura de expresión popular, tantas veces excluida por ser más ligera y humorística. El repertorio en ¡No se aburra! se renueva con las ilustraciones pop y la impecable selección de textos. Si atienden el imperativo del título y abren este libro, se les quitarán las orejas de… hastío. 


También favoritos. De Cataplum, los ya mencionados Diccionadario de Darío Jaramillo Agudelo y Power Paola que defiende esta lógica: «Si el verbo se hizo carne, ¿por qué no agarrar las palabras y volverlas picadillo?» y Cuando el mundo era así de Triunfo Arciniegas y Álvaro Sánchez. Con ese mismo tono de humor y la intención compilatoria, ¡Vaya figura! de Cecilia Campironi (Thule, 2017. España) un original híbrido de libro informativo y cuento, y para seguir con el tono clásico: Diccionario de mitos clásicos (Ediciones El Naranjo, 2017) de María García Esperón, Aurelio González Ovies y Amanda Mijangos, un libro como traído de otra época.



8. 
El Chilangoscopio / 9. Atlas Americano

Javier Sáez Castán. Ediciones Tecolote, 2017. México. / Alejandra Vega, Natalie Guerra y Sol Undurraga. Amanuta, 2017. Chile.

Uno pone el foco en una sola ciudad, que es como un continente entero; otro abre la lente y nos muestra todo un continente, luego cada país, todos como si fueran una sola y gran ciudad americana. Estos dos libros son una celebración. La saturación de elementos los vuelve una especie de reunión gigantesca en la que se antoja perderse y jugar a encontrar personajes, animales, objetos, monumentos, manjares… 

Chilangoscopio realmente es una fiesta (¡hasta hay una piñata!), un amontonamiento delirante, aunque armónico, con cientos de invitados: actores, ajolotes, alebrijes, boleros, botargas, cilindreros, chimecos, chinelos, chupirules, dorilocos, escamoles, franeleros, huaraches, jicaletas, loterías, maquiladoras, merengueros, mirreyes, pachucos, peseros, pepenadores, piñatas, quesadillas con queso y sin queso y otras figuras verídicas y artísticas que le mostrarán la asombrosa Ciudad de México de un modo nunca visto hasta la fecha, con la ayuda de un ÍNDICE FIDEDIGNO PARA ILUSTRAR A LOS CURIOSOS. Un inventario para otear la inmensidad chilanguense sin caerse dentro que funciona como mapa cultural, carnaval de identidades cómico-mágico-musical o hasta gran mercado de antigüedades. El blanco y negro y el tono de grabado que tiene la ilustración, así como el casting (con muchos personajes históricos, que trascienden las fronteras de la Ciudad de México) le dan un aire nostálgico, intergeneracional y de interés nacional, pero el chilangoscopio no pierde de vista la actualidad. Hace referencia a los 43 desaparecidos  y abre con una emotiva dedicatoria a los rescatistas del sismo del 19 de septiembre.

Encabeza cada página alguna frase urbana, leída en un cartel o escuchada al pasar: «Ya llegaron sus ricos y deliciosos tamales oaxaqueños. Acérquese y pida sus ricos tamales oaxaqueños.», «Esta propiedad no está a la venta. Para cualquier duda o necesidad llame al 5596- 4506.», «¡Diez pesos le vale, diez pesos le cuesta!»… Sólo restaría agregar: «Llévelo, llévelo». 

Atlas americano es otro despliegue de la riqueza cultural, natural y social de la que somos parte y que hay a nuestro alrededor. Atinado al incluir los diversos rasgos de los pobladores originarios y la fusión de las migraciones de Europa, África y Asia. Y así, se va formando un paisaje afectivo, un mapa vivo, que igual incluye los aspectos imprescindibles de la geografía física, política y económica, pero también los usos y costumbres, las actividades cotidianas, las tradiciones y la cultura popular y gastronómica. Como el enfoque es valorar toda esta diversidad, las autoras han incluido también algunos desafíos medioambientales y problemáticas sociales. 

Un increíble ejercicio para conocer y reconocernos y viajar por todo el continente.

Con el entusiasmo que han despertado recientemente los libros de atlas, estas dos miradas resultan refrescantes (como un tinaco Rotoplas o un chapuzón en el Caribe) porque alcanzan una especificidad, una actualidad y un arte gráfico inéditos. Por ello me parecen dos imprescindibles de la biblioteca.  

 


También favoritos. Tres propuestas para buscar entre la multitud: el retador Búscame de Ana Palmero Cáceres y el divertido Ojo con los números de Aleksandra Mizielinska y Daniel Mizielinski, ambos de Ekaré (2017, Venezuela/España) y el adictivo juego Hidden Folks de Adriaan de Jongh que hace palidecer a Wally (está disponible en español aunque conserve el título en inglés; y acá pueden ver y leer una reseña en el -también adictivo- canal de Instagram: EstoNoVaDeLibros). Pero si el que quiere esconderse es el lector, les encantará Escondites de Mateusz Wysocki y Agata Królak (Limonero, 2017. Argentina). 



10. Yōkai

Carmen Chica y Manuel Marsol, Fulgencio Pimentel, 2017. España.

«Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente solo para hacer frente a los hechos esenciales de la vida». En 1854, luego de pasar dos años, dos meses y dos días en una cabaña en el bosque, Henry David Thoreau publicó Walden, la vida en los bosques, un ensayo que, como dijo John Updike «se ha convertido en un tótem de la mentalidad de regreso a la naturaleza, preservacionista, anti-empresarial, de la desobediencia civil». 

Al conjunto de libros ilustrados que proponen un reencuentro con la vida salvaje, originaria, natural, del que también forma parte El bosque dentro de mí de Adolfo Serra que reseñé el año pasado, se suma kai, con un particular cruce con el folclore japonés, cuya mayor aportación radica en el virtuosismo gráfico de la propuesta.

Los yokai son criaturas sobrenaturales, como genios o demonios con partes humanas o animales o ambas, que aparecen en pintura, teatro japonés clásico y más recientemente en manga, anime y videojuegos. En el libro, un camionero debe detenerse al costado de la carretera para hacer una escala técnica. Medio escondido entre los matorrales se desorienta y no puede volver a su vehículo. Entonces empieza un proceso de transformación e inmersión en la naturaleza que le dará nuevos ojos y nueva piel. Al dominio técnico de Marsol -cuya composición hace justicia a la armonía propia de la naturaleza- se suma la belleza ganada con la madera sobre la que pinta al óleo. La textura rústica que provocan las vetas se integran al paisaje y la experiencia adquiere mayor sentido.

Me llamó la atención el texto de la cuarta de forros, pues no resume la trama ni presenta a los autores, es parte del libro, un brevísimo ensayo que condensa el espíritu del libro: Perderse en una montaña, en cualquier montaña, también conlleva perder algo que éramos en nuestra vida anterior. Al regresar, como en un sueño, el mundo conocido se vuelve ignoto por unos instantes. Y nítidamente sentimos que por un breve lapso de tiempo fuimos otro

Joan Miró decía que buscaba un punto entre la poética y la plástica, que su obra fuera como «un poema musicalizado por un pintor». En esencia eso encontré en Yōkai, inolvidable sinfonía sobre la libertad y la naturaleza que alimenta nuestras ganas de «hacer frente a los hechos esenciales de la vida».

Las ilustraciones de este libro obtuvieron el VIII Premio de Ilustración de la Feria de Bolonia-Fundación SM.


También favoritos. Tres libros que intentan recrear el posible lenguaje de los animales: el rescate editorial de Bambi de Felix Salten, ilustrado por Gimena Romero (Thule, 2017. España), El libro de la selva de Rudyard Kipling, ilustrado por Amanda Mijangos y Armando Fonseca (Ediciones Castillo, 2017. México) y ¿MAU IZ IO? por Carson Ellis (Barbara Fiore Editora, 2017. España)


11. Tom Sóyer. Mucho culicagao

Koleia Bungard y Katiuska. Cuentico Amarillo, Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín, Colombia, 2017.

¿Oooootra vez Tom Sawyer? No, este es su primo colombiano, Tomás Sóyer, acompañado de su inseparable amigo Huck, el Mortiño, el niño más holgazán de Aranjuez. La maravilla de Tom Sóyer. Mucho culicagao es que no se trata de un resumen de Las aventuras de Tom Sawyer, es una reescritura libre que retoma a los dos personajes principales de Mark Twain y recrea algunos de los acontecimientos centrales de la novela, pero los coloca en otro contexto, con otro lenguaje, y crea una nueva obra literaria de primera línea. Para muestra basta leer el cuentico completo que encontrarán enseguida.

El sentido del humor y el habla coloquial (que incluye afortunadas incorrecciones políticas) que propone la autora, y con los que armoniza perfectamente la ilustradora, resultan además un homenaje a la maestría que alcanzó en ello el propio Twain. Destacable en especial es el uso de la jerga popular de Medellín. Recuperar el impacto que puede tener una lectura que conecte tan directamente con los lectores de un lugar en particular es una declaración de principios en un medio empeñado en hacer libros con un lenguaje neutro («para venderte mejor»). No todos los libros tienen que ser para todos. Igualmente, cuando hay calidad literaria, como en esta obra, y como ha sucedido con tantas otras en la historia de la literatura, la jerga tiene un valor estético y la conexión sucede de cualquier manera (claro, entre mayor experiencia lectora más fácilmente se deducirá el sentido de palabras desconocidas). Por otro lado, Tom Sawyer es un personaje que muchos lectores ya conocen, leerlo renombrado, renovará el asombro de lectores paisas y no paisas. 

La brevedad y agilidad de la nueva versión son también claves de su potencia. Además, en su formato impreso el libro es muy pequeñito, de unos 8 x 10 cm, en papel económico, lo que hace la experiencia todavía más peculiar. Admirable que una feria del libro haya emprendido un proyecto así (ya son 10 los cuenticos que publican, siempre de distribución gratuita). No esperen más. Acá está:

También existe una versión descargable para dispositivos móviles que incorpora algunos juegos e interactividad básica pero muy entretenida.


12. El interior de los colores

María José Ferrada y Rodrigo Marín Matamoros. Planeta, México/Chile, 2017.

Una propuesta necesaria, audaz y renovadora en el mercado de libros para niños, que invita a los lectores a mirar por un círculo un posible momento en la vida de un color.

El libro recuerda otros experimentos artísticos como los lienzos con plastas monocromáticas que a finales del siglo XX el humorista francés, Alphonse Allais, asociaba con un título excéntrico como “Marcha fúnebre compuesta para las exequias de un célebre hombre sordo”. O bien el arte conceptual y minimalista de Sol LeWitt y el libro Pomelo de Yoko Ono, pues los poemas de Ferrada son instrucciones, escritas en segunda persona, que invitan al lector a mirar(se) (mirar el mundo y la página) poéticamente. Una rara joya.

 

 

 


También favoritos. Hace unas semanas escribí una entrada sobre novedades de poesía en la que se pueden ver más a detalle estos títulos también favoritos: Esto que brilla en el aire de Cecilia Pisos y Ana Pez (FCE, 2017. México), ganador del Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños 2016; Mexique de María José Ferrada y Ana Penyas (Ediciones Tecolote, 2017) y Un ajolote me dijo de María Baranda y Armando Fonseca. Además disfruté especialmente El libro de Gloria Fuertes (Blackie Books, 2017. España), con el cómic de Carmen Segovia; Nube con forma de nube, otra maravilla de Cecilia Pisos e ilustrado por Diego Bianki (Kalandraka, 2016. España) y el precioso Hebra de agua de Gimena Romero (Thule, 2016).


 


13. Los animales de El Bosco

Manuel Marín. Petra Ediciones, 2017. México.

El Bosco fue un pintor que hace años vio en sus pinturas, muchos monstruos que parecían animales (…). Cada monstruo aparece con la cabeza de algo y el cuerpo de otra cosa dentro o fuera de un objeto raro.

Este libro, también: tiene cuerpo de libro álbum pero cabeza de biografía y andar de ensayo filosófico o poesía ilustrada. Breves textos, dispuestos en la página como si fueran versos, van dando cuenta de aspectos formales sobre la pintura de El Bosco, sobre su vida, sus miedos, sus preocupaciones y sus obsesiones.

Manuel Marín ilustra algunas de esas formas y temas en dibujos que recrean a los personajes de El Bosco, pero con una estética de boceto muy particular: parecen ensayos, pensamientos en trazo, que se mueven de una página a otra, cambian de lugar, se metamorfosean, se multiplican creando una especie de patrón gráfico. Extraños armazones de los originales. Por eso, a diferencia de otras reelaboraciones alrededor de este pintor, como la que hizo Thé Tjong-Khing en su libro El Bosco (Ediciones Ekaré, 2016), que incluí en esta lista el año pasado, no hay una historia lineal que se cuente.

El libro empieza con algunos datos biográficos más ordenados: El Bosco. Nació en 1550 y murió hace 500 años. Fue pintor de santos y monstruos, infiernos y frutas enormes con embudos, así como otras cosas parecidas: siempre muchas;  y cierra con un ingenioso glosario sobre las maneras de ver, Fantasía: Lo que nos ve cuando no estamos viendo. En medio están los peculiares animales boscosos y algunos problemas filosóficos.

He escuchado muchas críticas a libros álbum que no cuentan nada, pero quizá más que contar o no contar lo que sucede es que suenan huecos, vacíos de significados, sin densidad. Pero un libro no necesita contar algo para emocionarnos. Hay libros ilustrados que desdoblan un poema y «no cuentan nada», pero se disfrutan tanto -y desde otros lugares- como una buena historia. Los animales de El Bosco es un libro completamente atípico que puede parecer que «no cuenta nada», aunque en realidad, cuenta mucho: nos deja más una sensación que una contundencia, el boceto ambiguo, pero fascinante, de un pintor, y la imaginación inagotable de los creadores. 

La serie de libros de Manuel Marín con Petra Ediciones ya es un sello de identidad de todo un proyecto que buscar despertar en los lectores la curiosidad por mirar y mirarse.


También favoritos. Aunque publicados uno o dos años atrás, descubrí estos otros tres libros atípicos este año: Dos de Leetra, otra editorial independiente en ascenso: el demoledor Casa de Marionetas (2015) de Andrea Petrlik y el hondo Mi taza de té (2015) de Dror Burstein y Meir Appelfeld; y Serenísima sur (Camelia Ediciones, 2016. Venezuela) de Jefferson Quintana, un libro de puertas, memorable en su sencillez aparente.


14. Los ahogados / 15. Los irlandeses

María Teresa Andruetto y Daniel Rabanal / Jairo Buitrago y Santiago Guevara. Babel Libros, 2017. Colombia.

Dos libros que impulsan la escasa narrativa ilustrada publicada para adolescentes y jóvenes. A pesar de que ambas historias tienen como marco un hecho histórico (la dictadura militar, Los ahogados; las guerras de independencia de Colombia, Los irlandeses) a los autores no les interesa el lamento con aires vindicativos en el que pueden caer este tipo de narraciones. El contexto histórico tiene un peso innegable y la recreación de hechos y atmósferas con tanta verosimilitud sin duda forman parte del talento, tanto gráfico como literario, de los cuatro autores, pero las tramas que elaboran Andruetto y Buitrago se ciñen al carácter de los personajes, buscan la multiplicidad de lecturas y la potencia estética del lenguaje, no la denuncia per se o la provocación.

Los cuatro estilos son muy distintos y, sin embargo, integran dos libros que se sienten hermanos: ambos encaran la desolación, la tristeza, la soledad, el horror… pero también la resistencia y la unidad. Ambos eligen personajes periféricos, una pareja de perseguidos, un niño llanero, para recrear grandes tragedias sociales desde una perspectiva más humana, libre de heroísmos fáciles, que habla de temores, recuerdos y deseos cercanos. Lenguaje y paisaje, diálogo y descripción, en la palabra y en la línea, fluyen con limpieza y se entrecruzan para construir una fuerte emotividad.

En Los ahogados María Teresa Andruetto vuelve a vincularse con un tema que ya ha abordado (Quien soy, Lengua madre, Los manchados), y que también he estudiado en este blog, el Terrorismo de Estado y los libros para niños y jóvenesUna pareja camina por una playa gris en la que ya ha estado antes, que le recuerda otros tiempos, unas vacaciones cuando eran novios y el escondite amoroso que encontraron entonces en una casa abandonada. Vuelven ahora a buscar esa casa, pero caminan casi sin hablar, pasando cada tanto al hijo de los brazos de uno a los del otro. Necesitan esconderse otra vez, refugiarse, pero esta vez por motivos muy distintos: se comportan como presas, temen que alguien se los lleve. El tono inquietante, sostenido con maestría todo el relato, aumenta justo antes de encontrar la casa: Antes de llegar al desvío hacia la casa, vieron un bulto sobre la playa. Ya durante la noche les pareció haber visto otros a lo lejos, caballos quizás o lobos marinos, pero ahora, desde más cerca, vieron que al menos éste no era un animal sino un ahogado, un muerto que la marea había arrastrado. Ella tuvo un impulso, apenas un movimiento del cuerpo, un temblor, pero él la sostuvo y siguieron.

Además de articular pasado y presente en la narración, Andruetto incorpora una dimensión onírica. La mujer, el personaje en el que recae la mayor parte de la tensión, tiene una pesadilla reveladora. La frase final del relato es esa revelación, dicha por ella, que tomará por sorpresa al lector. Un enunciado breve, cargado de terror, en el que se condensa el cuento entero. Un final que detona una relectura y se queda grabado para siempre.

Como sucede en los libros de esta colección de Babel Libros (otro de estos reseñados aquí), hay tres secciones: primero un bloque de ilustraciones, luego el cuento y luego otro bloque de ilustraciones. Aquí, el dibujo a lápiz de Daniel Rabanal marca ese tono amenazador, en escala de grises, desde la primera página y propone dos narraciones temporales paralelas: en una los personajes caminan por la playa en el presente; en otra, diferenciada con un suave filtro de color rojo, caminan cuando eran solo novios. Entramos a la historia ya con la intriga anudada y Andruetto aprieta ese nudo. La segunda parte de ilustraciones nos permiten sobreponernos al final y revivirlo por otros caminos. Un doble efecto que también en Los irlandeses constituye un gran acierto editorial.

En Los irlandeses Jairo Buitrago, se aleja un momento de los textos breves a los que nos tiene acostumbrados, para revelarse como un gran autor de largo aliento. Lucas, un soldado llanero muy joven, encargado de cuidar los caballos para las batallas en plena guerra de independencia, pierde a su regimiento y se queda solo en un páramo gélido. Si se duerme de pronto, despierta de golpe, aliviado de estar vivo, hasta que se topa con un grupo de mercenarios extranjeros, perteneciente a la Legión Británica, que quedó rezagado de las tropas patriotas al intentar cruzar la cordillera. Entonces, el destino del muchacho cambia, y quizá pueda contar más días vivo con su caballo.

Buitrago consigue que realmente habitemos su cuento, su prosa nos envuelve como si fuera una película que queremos ver completa y sin interrupciones. Somos parte de esa gran marcha de supervivencia en un ambiente violento, en el que no sólo son una amenaza los soldados españoles, también la naturaleza extrema y los propios miedos: En los páramos se pierde la gente, se congela, la devoran las bestias, las águilas se llevan a los niños pequeños. Eso le contaba el abuelo sobre las tierras frías. Ahora estaba en el páramo, calentándose frente a un fuego pobre, con cuatro hombres inmensos que no conocía.

Al Igual que en el cuento de Andruetto, el final del texto es muy hondo, pero aquí, más que una impactante frase que resuelva un misterio, se queda en la mente un paisaje muy abierto en el que, al fin, el lector descansa de la dura travesía.

La atmósfera de incertidumbre y de aislamiento, y el dramatismo propio de una literatura heredera de la novela de la revolución o el cuento rural, encuentra el eco perfecto en las ilustraciones de Santiago Guevara: sus rápidos y enérgicos trazos acentúan los contrastes de luces y sombras (el predominio del negro refuerza el sentido trágico) y ofrecen una visión fiel y emotiva de la realidad. Y del recuerdo: algunas franjas, como clareadas por un borrador, evocan un desvanecimiento, la presencia espectral del olvido, el vacío y los silencios de toda pérdida.

Ilustración de portada de Santiago Guevara.

 

 

 

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